Por
Osvaldo Calatayud Criales
Primero fue el The Strongest, el día octavo de aquel abril de mil novecientos ocho. Más no había, y si había eran equipos sin nombre que aquella epicéntrica fundación dispuso a manera de molinos, oncenos invisibles que los primeros hinchas-jugadores elucubraban en su imaginería hasta que se enfrentaron a esos míticos sparrings hoy desaparecidos. Disiento, entonces, con aquellos que dicen que no hay Bolívar sin The Strongest y que –siguiendo la ecuación– no hay The Strongest sin Bolívar. Rompiendo esta bisoña tautología, evidentemente no hay el otro sin el uno, pero puede que haya el uno sin el otro, pues de hecho el The Strongest ha zanjado sin nadie al frente los primeros 17 años de su existencia, tiempo en que en las calles de nuestra ciudad se oía decir “Soy paceño, stronguista y liberal” sin ningún resquemor y sus primeros hinchas –vestidos de amarillo con sus sombras negras– se paseaban por los canchones alentando al gualdinegro.
Por eso cuando se dice que el Bolívar no existe, no sólo se alude a sus pobres simpatizantes, sino se hace homenaje a esa génesis futbolera local en la que casi todos los pasajes se refieren al gualdinegro, oro y negro, aurinegro, campeón, o demás homónimos que se le han acuñado con justicia. En las páginas de esa gloriosa historia recién dos décadas después se deja leer la parábola del hijo pródigo… Ahora que el Bolívar es parte de nuestra historia más inmediata y cotidiana, además de la más difundida, es innegable, pero
Por varios años ese fue el término que por antonomasia definía al The Strongest, aunque el periodismo y el tiempo le fue restando espacio en favor del hoy popularizado Tigre, por sus colores a rayas y su garra, aunque el espíritu mantiene hoy vivo su primer título de “El Derribador”. Derribador también en correlación a The Strongest (el más fuerte), “único equipo capaz de pasar por encima del resto”, según se solía escuchar con fuerza de aquellos viejos stronguistas que acompañaron la historia del club casi desde sus inicios. Entonces el derribador, epíteto stronguista, nos remite a ese fuero conquistado por jugadores y no jugadores que vencieron dentro y fuera de la cancha, pues también debe recordarse que la fanaticada stronguista no emerge a finales de los ochenta en la curva sur, sino renace en ese hemisferio Ultra de una genealogía de hinchas acérrimos cuyo epónimo es el Chupa Riveros, pero que antes y después ya tenía seguidores de raza que en las tribunas encarnaban ese legado derribador, ya sea haciendo corretear a su tradicional rival en la propia curva norte o celebrando en caravana por calles paceñas que ya han perdido el nombre. Y es que la pasión no se mide sólo por los años –que en nuestro caso ya contamos de a cien– sino también por el empuje derribador que no sólo en el fútbol, también en otras disciplinas, en plena guerra o ante lo trágico sale a relucir como un aura aurinegro que al mismo tiempo nos sublima y nos subleva. EL DERRIBADOR, entonces, por esa clase de criaturas mitad hombre – mitad animal que han traspasado el tiempo a base de vísceras y garra.
(1) Durante los años 40 The Strongest logra una inédita sucesión de triunfos sobre la selección de Jujuy (Argentina) por 5-2; Nacional, de Asunción, por 4-2; Universitario de Lima, por 4-0 y Cerro Porteño de Paraguay por 2-
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